Meta espabilao

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      Una palabra que se oye poco en el mundo de los recursos humanos es la de «Metacognición«. Suena a superpoder, pero es algo al alcance de cualquiera y que puede dar resultados fuera de serie.

      John H. Flavell introdujo el término en los años 70 para referirse a una capacidad de la psique mediante la cual podemos mejorar los resultados de una prueba al estimar nuestro rendimiento. Es decir, podemos obtener mejores resultados cuando nos anticipamos a nuestro rendimiento y visualizamos el éxito futuro porque ello implica que hemos hecho un análisis de las habilidades con que contamos que requeriría tal éxito.

      Pozo (2006) lo define como un proceso individual mediante el que una persona elabora conocimiento a partir de su propio conocimiento, comprende hasta donde llegan sus pensamientos e ideas y la forma en que estos pueden ser usados para solucionar problemas.

      Algo que une a ambas definiciones (y tantas otras) es la atención a las estrategias, la orientación a la acción, no a los procesos abstractos del pensamiento. Como tantas otras habilidades, la metacognición es una estrategia puesta en marcha para la acción sin la cual estaríamos perdiéndonos en mares de abstracciones que, si bien pueden ser útiles para procesos internos más profundos, no son el punto de énfasis que ahora se pretende.

      Aunque el concepto de metacognición se utiliza fundamentalmente en el ámbito educativo, y es ahí donde se encuentra su génesis, opino que, dado que el aprendizaje nunca termina, puede utilizarse en la vida profesional con total libertad. Y no sólo me refiero a aprendizaje académico o conceptual sino social, relacional, y, en definitiva, emocional.

      En no pocas ocasiones, ante una prueba evaluativa o un problema, sea de la índole que sea (como un «roce» con un compañero), apenas nos paramos a pensar lo que tenemos que hacer, una vez identificado lo hacemos, y nos sorprendemos cuando el resultado no ha sido el esperado. «Si he hecho lo que había que hacer, ¿cómo es que no sale como tenía que salir?». El procedimiento metacognitivo puede ser de mucha ayuda para resolver este tipo de cuestión: sencillamente porque hemos llevado a cabo las acciones cognitivamente, pero no «meta» cognitivamente.

      Ello implicaría pararnos, detenidamente, a reflexionar. No sólo discurrir acerca de qué hacer y para qué, sino «por qué» y «cómo».

      ¿Es útil esta acción?; ¿cuáles son los efectos previsibles de ella?; ¿forma parte de un plan de acción más amplio?; ¿ese plan me acerca de manera pragmática a mi objetivo? Y sobre todo: ¿qué habilidades precisa cada una de esas acciones individulamente?; ¿las tengo?; ¿cómo puedo suplir mi carencia de alguna de estas habilidades?

      No es sorprendente que al poner en mente a la metacognición nos vengan imágenes de otros conceptos como el de la autorregulación o el de la motivación. Esto es porque la mente no está formada por habitaciones con puertas de aislamiento sino por habitaciones con las puertas abiertas en los que la interrelación de conceptos y de emociones es una constante. Albert Bandura, sin ir más lejos, en 1984, analizaba la metacognición en relación con el concepto de motivación, que por sí mismo, parte de las expectativas de eficacia y de resultado.

  Por último quería destacar, en orden a que no pase desapercibido, que la metacognición no es un procedimiento que termine al «planificar» nuestra estrategia de acciones sino que ha de continuar al analizar la regulación y control de las propias acciones llevadas a cabo. De nada sirve evaluar antes de proceder sino corregimos nuestros planes en función de los resultados, sean o no previsibles, esto es, si no nos adaptamos.

      En definitiva, la metacognición es una manera más evolucionada y efectiva de auto regular el aprendizaje y de planificar las estrategias adaptadas a la situación, controlando el proceso para así tomar conciencia del funcionamiento de nuestra manera de aprender y de relacionarnos comprendiendo los factores que explican los resultados de una actividad.